CON LA ECONOMIA DEL BIEN COMUN TENDRIAMOS ABUNDANCIA Y NO AUSTERIDAD

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Christian Felber, el impulsor de la teoría del bien común propone crear una economía basada en valores éticos que supere el capitalismo que sólo piensa en la acumulación. Estos días ha estado en España promocionando la reedición de su ‘best-seller’, publicado por primera vez en 2010.

 Christian Felber (Austria 1972) ha alcanzado renombre y fama por ser el impulsor de una teoría que muchos consideran utópica pero que gana adeptos día a día: la teoría del bien común, el armazón ideológico de un nuevo modelo económico y social basado en valores como la confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad o la sostenibilidad ecológica. Frente al capitalismo depredador que genera desigualdad y sólo tiene como objetivo la acumulación, Felber propone impulsar una economía ética que no mida únicamente el beneficio empresarial, sino el de la comunidad, y que permita entre otras cosas, el reparto del trabajo, tomarse un año sabático cada diez trabajados o reducir la desigualdad. Este nuevo orden económico tendría que venir acompañado de una regeneración del sistema político para lograr «una democracia realmente soberana».

Estos días Felber ha estado viajando por España, uno de los países donde más aceptación tienen sus ideas, para promocionar la reedición del libro fundacional de su teoría, La economía del bien común (Deusto), obra que apareció por primera vez en 2010 y se ha convertido en un best-seller en Alemania, Austria y España. La filosofía de Felber puede resumirse en esta frase:  «Basta un poco más de tiempo para nosotros, un medio ambiente un poco más limpio y relaciones sociales refortalecidas para tener una vida mucho mejor».

¿Qué es la teoría del bien común?

Es una economía que todo el mundo puede entender porque está basada en los mismos valores que permiten florecer las relaciones humanas, desde la honestidad hasta la cooperación, los valores constitucionales, la dignidad, la solidaridad, la sostenibilidad o la propia idea de la democracia. La idea es recompensar a las empresas que respeten y fomenten estos valores y los muestren en sus balances del bien común frente a las empresas menos éticas. En definitiva, se trata de crear una economía basada en valores éticos.

Usted habla de generosidad, solidaridad, honestidad, confianza, etcétera, ¿pero cómo se puede cuantificar eso?

Es más difícil ir a la Luna que medir el incremento del bien común. En la economía actual confundimos el fin con el medio. Todas las Constituciones de los países democráticos
dicen que el dinero debería ser el medio para el buen funcionamiento de la economía y no su fin; el fin debe ser el bien común. Y nuestra propuesta es medir el alcance de ese fin: cuando medimos el éxito de la economía, de una empresa, de una inversión, tenemos que medir el alcance del fin y no la disposición de los medios. Por eso proponemos el producto del bien común en lugar del flujo monetario y un balance del bien común en vez de o al lado del balance financiero. Podemos medir en qué grado se cumplen estos criterios y otorgar puntos dentro de ese balance. Las empresas que más puntos tengan, más ventajas tendrán y serán más publicitadas, tendrán mejores condiciones de crédito, más contratos públicos o pagarán menos impuestos.

Pero en su teoría el dinero seguiría siendo dinero, ¿no?

El dinero tendría el mismo papel que le confieren ahora las Constituciones. Ya he dicho que el dinero es el medio, no el fin. Eso implica convertir el dinero en un bien público y que, por lo tanto, impongamos condiciones y límites. Por ejemplo, limitación de la desigualdad; por ejemplo, los bancos y las Bolsas tienen que estar dirigidos al bien común; por ejemplo, los créditos pueden concederse exclusivamente a inversiones reales y si no dañan al medio ambiente, las relaciones sociales o a la democracia.

Su modelo supone no sólo un cambio radical de las reglas que rigen el capitalismo, sino también de la propia concepción de la democracia. ¿Cómo es ese cambio de modelo? ¿Cree que el capitalismo es incompatible con la democracia?

Estamos viendo todos que el capitalismo está socavando y hasta devorando a la democracia. Muchos politólogos están de acuerdo en señalar que democracia hoy en día es sinónimo de oligarquía y plutocracia. Los Parlamentos y Gobiernos no sirven al pueblo en muchas cuestiones fundamentales: crean bancos demasiado grandes, permiten una desigualdad ilimitada y la libre circulación de capitales en paraísos fiscales. El pueblo soberano nunca permitiría esto, por eso nuestra propuesta de una democracia soberana, una democracia real en la que fuera el pueblo, la ciudadanía, la que realmente marcara las pautas y los Parlamentos obedecieran. Por eso la economía del bien común quiere superar claramente el capitalismo, que definimos, según ya dice la palabra, como el incremento del capital como el supremo objetivo de la actividad económica. Hasta el propio Aristóteles consideraba antinatural esto.

¿Esa democracia soberana sería tipo 15-M, más directa, o incluso asamblearia?

No necesariamente. Nuestro objetivo a largo plazo es conseguir una democracia soberana, más profunda, en la que los representantes del pueblo se convirtieran realmente en los servidores del pueblo. Pero ese objetivo no es incompatible con que cooperemos con Parlamentos y Gobiernos existentes; de hecho, ya hay algún Parlamento regional en Europa que ha adoptado leyes que dan prioridad a empresas éticas. En España hay varios municipios del bien común, y hasta en el Parlamento Europeo tenemos dos invitaciones para darnos a conocer. Estoy seguro que dentro del modelo democrático actual aún podemos colaborar con las instituciones.

¿Se podrían haber evitado la crisis y la austeridad con su teoría del bien común?

Yo creo que sí. Tendríamos abundancia y no tendríamos que recortar por el colapso del sistema financiero. El pueblo soberano diseñaría la economía de otra forma. Vemos con demasiada frecuencia casos de empresas exitosas pero que al mismo tiempo dañan a la sociedad: recortan miles de empleos, no pagan impuestos, destrozan el medio ambiente o socavan la democracia. Pero son exitosas porque solamente miramos los indicadores financieros. Esto en la economía del bien común sería imposible porque los primeros indicadores de éxito serán los éticos: en qué contribuye la empresa a la democracia, a las relaciones sociales, al medio ambiente y a la dignidad del ser humano. Esto se mide y se contabiliza, y según el resultado se recompensa. Las empresas menos éticas no tendrían posibilidad de seguir existiendo: o se transforman en una empresa ética y contribuyen a la resolución de las crisis, o bien tendrán que salir del mercado.

Sin embargo, la debilidad de los Estados frente a los mercados financieros es una realidad que no podemos ignorar. ¿Cómo hacemos para hacerles frente?

Muchas encuestas y estudios señalan que entre un 70% y un 90% de la población desea una alternativa al actual modelo económico. Desean menos desigualdad y más justicia social. Si ya hay una mayoría que desea eso, tenemos que hacer reformas y profundizar en la democracia y convertirla en una democracia soberana. Como este es un proyecto bastante ambicioso, es recomendable empezar con pequeños pasos. Ahí radica la mayor fuerza del movimiento ciudadano, empresarial y democrático que conforma la economía del bien común. En el mundo son ya 2.000 empresas las que apoyan el movimiento; 250 empresas que han hecho el balance del bien común voluntariamente; cada vez hay más municipios que se convierten en municipios del bien común, incluso ya tenemos una primera región; y cada vez más universidades empiezan a enseñar otra cosa, a investigar y a difundir nuestras ideas. Es un proceso largo pero nuestro objetivo es trabajar por concretar en leyes y en una Constitución realmente democrática lo que ya apoya una amplia mayoría.

¿Cómo sería el día a día de una persona en una economía del bien común? ¿Qué ventajas tendríamos como ciudadanos?

Lo primero es que habrá trabajo para todos, porque no trabajaríamos 40 horas. Se repartiría el trabajo. A medio-largo plazo tendríamos semanas de 20 horas. También habría un año sabático cada diez de trabajo. Cosas así. Eso incrementaría la calidad de vida porque tendríamos más tiempo para las relaciones sociales, el trueque, para estrechar lazos con nuestros vecinos y amigos; tendríamos más tiempo para hacer bien el trabajo, para pasarlo con la familia o cuidar mejor de los ancianos, por ejemplo. Segundo si fuéramos más respetuosos con el medio ambiente, si consumiéramos un poco menos, podríamos gozar de cosas que ahora no son posibles. Un ejemplo muy sencillo: el otro día me bañé en el río Tormes, en salamanca, y lo hice con cierto gozo, pero ese gozo hubiera sido mucho mayor si el río hubiera estado un poco más limpio. Estas experiencias tan nimias son capaces de hacernos felices: basta un poco más de tiempo para nosotros, un medio ambiente un poco más limpio y relaciones sociales refortalecidas para tener una vida mucho mejor.

Eso es una cuestión de educación, básicamente

Por supuesto. Proponemos enseñar y potenciar desde la escuela cosas como las emociones, la comunicación, los valores, el conocimiento y sensibilización del cuerpo, la democracia, aprender a tomar decisiones políticas de forma empática y eficiente, conocer la Naturaleza y aprender una artesanía. Esos contenidos son más importantes que cualquier otra asignatura impartida en la escuela.

¿Cómo explica que España sea uno de los países donde más aceptación tienen sus ideas?

Sí, España es, junto a Austria, Alemania y el norte de Italia, uno de los países donde más nos siguen. Es un movimiento muy joven, no hace ni cinco años que arrancamos pero ya hemos hecho cosas importantes. La aceptación en España se explica por tres razones: primero por la crisis; segundo, por los antecedentes históricos: la economía social y solidaria tiene más arraigo en España que en otros países porque los lazos sociales son aquí más estrechos que en los países nórdicos; y tercero, yo estudié filología hispánica, viví en Madrid y me encanta este país. Por eso acepto más invitaciones para venir aquí.