Cooperación más allá del cooperativismo

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El cooperativismo de Mondragón ha establecido un modelo de empresa demostrando que la primacía del trabajo puede ser tan competitiva como el poder absoluto del capital. Desde su creación, hace 60 años, ha tenido dificultades, cambios generacionales, relevos de rectores, etc., encontrándonos hoy con entidades jóvenes, solventes, sólidas, extendidas por el mundo y con proyectos en crecimiento. Es un modelo consagrado que ha superado la prueba de estrés, ha trascendido a sus fundadores y se reinventa con la irrupción de nuevas generaciones.

Si se limita el cooperativismo al modelo de empresa se puede afirmar que ha triunfado. Ni el propio Arizmendiarrieta soñaría con el desarrollo y dimensión actual. Pero si se concibe como una experiencia que utiliza la economía para la transformación social, podemos afirmar que está aún en sus primeros estadios. El cooperativismo se sustenta en el humanismo que trata de transformar la sociedad sobre la base de la dignidad de la persona, la integración comunitaria y su centralidad en la organización social, que utiliza la cooperación como sistema de organización democrática. Señalaría el propio Arizmendiarrieta que se trata de: “…una revolución copernicana en el campo económico” que consistía “…en que la economía, de ser dominadora tiránica de la persona, pasa a ser su servidora”.

Esta concepción del cooperativismo se vivió intensamente en su primera etapa. Las cooperativas generaron transformaciones profundas en las comunidades en las que se insertaban. Educación, cultura, investigación, sanidad y un largo listado de actividades se fueron generando bajo su impulso. Sus huellas son visibles en muchas comarcas.

Posteriormente, las exigencias competitivas del mercado condujeron a las cooperativas a replegarse en su dimensión económica. Se produce entonces la modificación de la estructura de “grupos comarcales”, con compromiso territorial, transformándose en “agrupaciones sectoriales”, orientadas al mercado. Por otra parte, las actividades sociales, una vez recuperada la democracia, acaban siendo tuteladas por las administraciones públicas. Las cooperativas replegadas en lo económico y recayendo las responsabilidades sociales en el ámbito público, se diluye el compromiso de transformación de la sociedad.

Arizmendiarrieta concibe el cooperativismo como “una avanzada social, un baluarte de justicia”. Señalaría: “No nos hagamos ilusión de vivir en nuestro pequeño mundo, olvidándonos de nuestra necesidad imperiosa de expansión, so pena de quedar bloqueados como artificiosas comunidades sin aliento”. Y pretende que los cooperativistas sean un fermento muy activo de la acción social, para lo que señala que “no basta con reformar la empresa sobre base cooperativa, es preciso llegar a comprometer a la comunidad como tal en los problemas de su promoción”.

Aunque Arizmendiarrieta aplica su filosofía centrándose en la educación y en la empresa, sus reflexiones “… trascienden ampliamente los ámbitos de las dos citadas cuestiones hasta convertirse en una filosofía del orden nuevo, del hombre nuevo. Una filosofía del hombre cooperativo”. Entiende el cooperativismo, “…como una tercera etapa después del capitalismo y del colectivismo, como fruto y síntesis de ambos, al mismo tiempo que superación” (El hombre cooperativo, de Joxe Azurmendi).

La sociedad actual se encuentra en una encrucijada: mientras que la economía es dominada por un capitalismo especulativo y apátrida, cuenta con la población mejor preparada de la historia; ¿optamos por el dominio de una economía sin vinculación territorial o apostamos por una comunidad, consciente de su futuro, que asume las riendas económicas sin perder su identidad?

Si el diferencial competitivo estuvo antes centrado en las “economías de escala”, hoy se encuentra en la “diferenciación” sustentada en la capacidad de innovación y participación de las personas. El potencial humano y organizativo existente en la comunidad ofrece posibilidades insospechadas de desarrollo económico. La competitividad de la empresa se fortalece con la organización comunitaria de la sociedad; encuentra en la acción social solidaria las claves de su eficiencia económica.

Se abren caminos de cooperación, entre capital-trabajo, entre empresas, entre empresas-instituciones y entre entidades públicas y privadas. Crear una red de ámbitos de cooperación nos puede ubicar con personalidad propia en el concierto internacional. Un cooperativismo abierto tiene mucho que ofrecer y aprender en esta nueva aventura social. Se abren nuevos caminos de cooperación.

Fuente: noticiasdegipuzkoa,com