Crisis de cuidados en tiempos de pandemia

El 11 de enero del 2020 la Comisión de Salud Municipal de la ciudad china de Wuhan confirma la primera muerte de un anciano de 61 años por una insuficiencia respiratoria provocada por una neumonía severa. A partir de ese momento las alertas mundiales sobre las posibilidades de contagio y propagación del COVID-19 han movilizado a los gobiernos a nivel mundial, colapsando los sistemas sanitarios y provocando una profunda crisis de los cuidados.

Tras el histórico cierre de fronteras de EE.UU y la Unión Europea, y el constante llamado a quedarse en casa, parece más relevante que nunca discutir sobre la necesidad de pensar sistemas nacionales de cuidado, y en el valor social y económico que le damos a las labores que sostienen la vida.

¿Qué pasa cuando la vida social se cancela y las personas son confinadas a estar todo el dia en sus hogares? ¿cuando ya no es relevante comprar otro auto u otro par de zapatos? ¿cuando lo importante es, más bien, la comida, la limpieza y la medicina, y quien los suministra? Queda lo más esencial, el cuidado.

Somos seres interdependientes. Nuestros procesos vitales necesitan de otros y otras para la supervivencia. Cuando el movimiento feminista levanta la consigna de “Poner la vida en el centro”, evidencia que el cuidado involucra las actividades más fundamentales para la vida. Siendo también de las actividades más realizadas, no se valoran ni social ni económicamente. La carga de cuidados y quehaceres domésticos de las personas de 15 años o más asciende en promedio a 5,9 horas en mujeres y 2,7 horas en hombres, al día.

A falta de un sistema nacional de cuidados público y la posibilidad de un “Estado cuidador”, han sido las mujeres trabajadoras quienes han tomado ese rol. Son las mujeres las que cubren la demanda de cuidados de toda la sociedad.

Si bien el problema de la desvalorización del trabajo de cuidados no es sólo en tiempos de crisis, ésta se agudiza con el surgimiento de la pandemia actual, ya que el colapso inminente de la red de salud nos obliga a realizar cuarentena para evitar contagios. Se han suspendido las clases en jardines, escuelas y liceos, las cuales además del rol educativo, han tenido que cumplir obligatoriamente un rol público de cuidado y seguridad de niños y niñas.

El confinamiento decretado por los estados descansa sobre la idea que la familia monogámica tradicional (padre, madre e hijos) es quien debe atender esos cuidados. No se cuestiona quién ejerce las labores al interior de la casa, y qué ocurre en las familias con otro tipo de vínculos, con adultos mayores, niños y niñas en hogares monoparentales. Esta sobrecarga a las familias  se acentúa en países como Chile.  A falta de un sistema nacional de cuidados público y la posibilidad de un “Estado cuidador”, han sido las mujeres trabajadoras quienes han tomado ese rol. Son las mujeres las que cubren la demanda de cuidados de toda la sociedad.

Cuando el gobierno no propone medidas para todas y todos y se basa en excepciones, muchas trabajadoras y trabajadores deben cumplir igual su jornada laboral a pesar de cómo estén sus familias y seres queridos.

Son las mujeres de la tercera edad quienes más ven aumentada su carga de trabajo, al ser cuidadoras no sólo de sus parejas, si no también de sus nietas y nietos. Esto es doblemente grave, primero porque al ser adultas mayores deben disminuir su horas de trabajo y aumentar las de descanso, y segundo, porque se ha demostrado que quienes tienen más de 60 años son sujetas de riesgo para el corona virus. Cuidémonos y no expongamos a personas de tercera edad o con enfermedad crónica a infantes.

En Chile realizar teletrabajo es un privilegio, son pocas las labores que requieren sólo de un computador para cumplir la jornada. Las organizaciones sindicales y feministas han alertado que la implementación del teletrabajo puede  precarizar aún más las condiciones laborales de los y las trabajadoras. Si bien, en tiempos de cuarentena es una de las pocas formas de asegurar la continuidad de las actividades económicas, es importante asegurar condiciones mínimas en su desarrollo, y tener en cuenta la doble jornada que podrían desempeñar las mujeres trabajadoras.

Si bien la instrucción ha sido no sobrecargar los servicios de salud, dado que la cuarentena no es obligatoria, los y las trabajadoras que tengan síntomas, aunque sean leves, necesitan recurrir a licencias. Ni el Estado ni los empleadores ofrecen soluciones que protejan los derechos laborales y que consideren el cuidado como trabajo efectivo.

El sistema de salud chileno está en inminente colapso. Una salud que depende del mercado, que precariza a sus trabajadores y trabajadoras, pero que además no garantiza el acceso igualitario a la atención sanitaria. La falta de medidas oportunas de parte del gobierno, además de sobrecargar a las mujeres, depende que aquellas personas que cuidan en el hogar tengan conocimientos de salud.

¿Cuáles son los escenarios donde ocurre el cuidado?

No sólo en temas de trabajo las mujeres se ven afectadas por la pandemia y posterior cuarentena. Sino también como ya lo han denunciado las organizaciones feministas, los niveles de violencia de género, así como el abuso sexual, aumentan en contextos de convivencia prolongada de las personas.

Viviendas sociales de 32 metros cuadrados, con deficientes condiciones constructivas emplazadas en barrios que carecen de espacios públicos que favorezcan el cuidado. Es decir una ciudad diseñada para albergar la fuerza de trabajo y propiciar el consumo y no para proteger a la población. Escenario propicio para la violencia dentro de los hogares, que se acrecienta en tiempos de cuarentena.

¿Qué podemos hacer?

La socialización del trabajo es un deber. Tenemos que desnaturalizar a las familias como la única posibilidad social de cuidados y afectos.  El involucramiento de los varones en el trabajo no remunerado es menester para lograr este fin dentro de los hogares, y nos encontramos con una oportunidad única, en donde el cuidado se pone en el centro de la discusión. Este cambio es urgente, y mientras no exista un sistema nacional de cuidados, pilar fundamental en las demandas del movimiento feminista y frenado por voluntad política, el cuidado seguirá recayendo en los hogares. Es aquí donde las redes de cuidado comunitarias y barriales, que a pesar de no tener conocimiento especializado de salud, cumplen un rol clave para la supervivencia de la pandemia.

Conocer a vecinos y vecinas, privilegiar la organización comunitaria a escalas barriales, activar la paralización efectiva de los puestos de trabajo con mayor nivel de contagio y construir redes cooperativas de consumo y producción, así como estar atentas a las posibles violencias machistas es clave para superar la crisis y retomar la movilización político social.

Resulta indispensable que todas y todos pongamos la vida en el centro. Desde el ecofeminismo, como crítica y denuncia de las formas de producción y consumo que sostiene la economía actual y alimentan al patriarcado, creemos relevante el cambio de estilos de vida. Por un mundo que cuestione los procesos productivos y se base en la reciprocidad, la cooperación y el apoyo mutuo.

Fuente: elmostrador.cl