CUANDO EL COSTO DEL AGUA ES EL COSTO DE LA ENERGIA

Christian Ihle, Académico del Departamento de Ingeniería de Minas de la Universidad de Chile e Investigador del Centro de Tecnología Avanzada para la Minería

Mucho se ha discutido en los últimos años sobre la escasez de recursos hídricos en la segunda y tercera regiones de nuestro país. De hecho, progresivamente se ha configurado una competencia por las fuentes naturales de agua entre la minería, la agricultura y el consumo de la población de este valioso recurso.

Para dar respuesta a esta problemática, la industria minera ha respondido mirando hacia el borde costero, a través de la práctica cada vez más común de implementar proyectos de tratamiento de agua de mar para sus plantas de proceso. Éstas permiten el acceso al recurso de manera compatible con el desarrollo de procesos de flotación de sulfuros de cobre e incluso cuando se requiere combinar esta última ruta con la recuperación de molibdeno.

Visto desde este punto de vista, la disponibilidad del recurso agua puede ser adecuada al tamaño del proyecto. Sin embargo, esta solución genera dos elementos de presión sobre la implementación de los proyectos: los costos de capital asociados a las plantas, que son comúnmente del orden de los cientos de millones de dólares para una planta desaladora para la gran minería y, en segundo lugar, los costos de operación y mantenimiento de esta infraestructura, que dependen en gran medida del costo de la energía.

En particular, el costo operacional bordea los $0,5 dólares por m3 de agua tratada.

Por otro lado, teniendo en cuenta que en Chile la gran mayoría de las plantas de proceso se encuentran en la precordillera, el agua debe ser elevada más de 1000 metros (en algunos casos, a más de 4000 metros) y transportada por bombas a través de tuberías cuyas distancias fluctúan entre los 100 y los 200 kilómetros, con inversiones típicas del orden de los cientos de miles de dólares por kilómetro de tubería construida.

Aparte del desafío que esto conlleva en cuando a la gestión territorial y a los aspectos ambientales inherentes a este tipo de proyecto, el costo asociado a la energía para la impulsión es considerable.

Teniendo en cuenta la recirculación de agua en las plantas, en la gran minería hoy se requieren del orden de 350 litros de agua fresca por tonelada de mineral tratado, volumen que debe ser transportado a costos totales que fluctúan entre los 3 y los 5 dólares por metro cúbico de agua puesto en planta. Ahorrar agua en este contexto significa ahorrar energía.

Por otra parte, en conducciones donde se emplea agua para transportar sólidos, como concentrados y relaves, ahorrar agua genera mezclas más viscosas, lo que genera incrementos en el uso de energía y desafíos operacionales adicionales en el caso de la producción de lodos espesados o pastas.

La evaluación detallada de estos factores en su conjunto es clave en la optimización de la gestión del recurso agua y, en definitiva, los requerimientos de energía. El desarrollo de procesos de mejora continua, incluyendo el desarrollo de auditorías energéticas e hídricas periódicas y la búsqueda de nuevas tecnologías para recuperación de especies valiosas y el transporte de agua y fluidos se vuelven imprescindibles dado el nuevo escenario de altos costos de producción en procesamiento de minerales, que llegó para quedarse.

FUENTE: REVISTAGUA.