El castrismo torpedea incluso las cooperativas

¿Conocen en la cúpula castrista o en el equipo económico del Gobierno cubano el libro La riqueza de las naciones (1776), de Adam Smith?

Probablemente ni siquiera saben a ciencia cierta quién fue Smith, aunque puede que a alguno le suene el nombre del célebre escocés, fundador de la teoría económica moderna y que un siglo antes que Karl Marx esbozó la diferencia entre valor de uso y valor de cambio, y postuló que el trabajo humano es el que crea valor.

En su libro, Smith develó la fórmula cuasi mágica que mueve al mundo: «No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés».

O sea, que por su naturaleza intrínseca individual todo ser humano busca ante todo su propio beneficio, pero al lograrlo, sin proponérselo, beneficia a la sociedad. Esa ley primaria de la condición humana fue la que nunca entendieron, o se negaron a reconocer, Karl Marx, el «Che» Guevara y Fidel Castro, cuyo hermano igualmente se niega a restablecer la propiedad privada en Cuba.

En el colmo del estalinismo, ahora Castro II no solo impide el crecimiento del cuentapropismo, sino que frena también el cooperativismo. Desde el 30 de agosto último, por un decreto ley se prohíbe crear nuevas cooperativas no agropecuarias (CNA) y que se admitan nuevos socios.

Primo hermano del socialismo

El cooperativismo  es primo hermano del socialismo. Se basa en el colectivismo  comunal que propugnaba Platón para crear la sociedad perfecta, la que le criticaba su discípulo Aristóteles, defensor de la propiedad privada individual «porque permite  el desarrollo y facilita el progreso».  Para Platón la sociedad ideal llegaría cuando «lo privado y lo individual han desaparecido» (Las Leyes), idea que 2.200 años después tomó Marx para diseñar su experimento comunista.

El cooperativismo  ha sido la espina dorsal de las utopías y proyectos de sociedades ideales imaginadas a lo largo de la historia por soñadores sociales, todos enemigos de la propiedad privada individual. Esas fantasías no han podido ponerse en práctica. Los intentos por basar toda la sociedad en la propiedad comunal han fracasado. Se dan casos aislados de comunas y cooperativas exitosas como los kibutz en Israel, y algunos otros casos, pero lo cierto es que no hay país alguno basado por completo en la propiedad comunal. Eso en el siglo XXI sigue siendo una utopía.

Engels y Lenin esbozaron  el parentesco del cooperativismo con el socialismo.  En 1894, el primero consideró a las cooperativas agrícolas como vitales para la «gran cooperativa nacional de producción» comunista. Y Lenin en un artículo en Pravda, en 1923, concluyó que «siendo la clase obrera ya dueña del poder (…)  en realidad solo nos queda la tarea de organizar a la población en cooperativas».

En el caso de Cuba el parentesco es mayor. La propiedad de los negocios constituidos en cooperativas no agropecuarias (CNA) es del Estado socialista, que la renta o entrega en usufructo a los socios. Las CNA son organizadas por el Gobierno, no surgen por acuerdo entre socios libres como habrían querido Platón, Tomás Moro  o Robert Owen. Por eso en 2015 la National Cooperative  Business Association, que visitó Cuba, reportó que el 77% de las CNA de la Isla eran «cooperativas inducidas».

Las CNA en el sector gastronómico se formaron mediante la conversión de restaurantes y cafeterías estatales en cooperativas integradas por muchos de sus empleados. En 2015 todas las CNA del país sumaban 500. Pero su número ha venido disminuyendo. Al iniciarse 2019 eran 434, y en agosto último, 398,  con unos 17.000 socios. En la gastronomía operan unas 150. Luego siguen las ramas del comercio (81), la construcción (59) y la industria artesanal (34). 

¿Por qué hay menos CNA en vez de más? Por la intervención enfermiza del  Estado. En una paladar es muy difícil que el cliente se queje de deficiente servicio, poca higiene, falta de variedad o la comida media fría, que son las quejas que sí hay sobre las CNA de restaurantes y cafeterías, que al final arrastran  vicios de los establecimientos estatales. Por tanto, volviendo a Smith, la diferencia entre una paladar y una CNA radica en la propiedad. Es así de simple.

El Estado no puede competir con las CNA

El decreto publicado en la Gaceta Oficial arguye que el freno a las cooperativas es para «perfeccionarlas». Falso, es porque el  dueño (el Gobierno) quiere controlarlas mejor.Y también porque la alta burocracia castrista ve con malos ojos que pese a todas sus limitaciones por el intervencionismo estatal, las CNA  se «comen» a las empresas estatales, herederas de los «consolidados» estalinistas inventados por el «Che» en los años 60.  No pueden competir con las CNA, que tienen una eficiencia muy superior.

Las cooperativas en la construcción disponen de más diestros albañiles, que hacen un  trabajo de superior calidad y en menos tiempo que las brigadas estatales con su ineficiencia, desorden, robo de materiales, mala calidad y la demora para terminar obras.

De las consecuencias del tutelaje estatal sobre las cooperativas un elocuente ejemplo es el de Yugoslavia  con su «socialismo autogestionario». Allí todas las empresas eran propiedad del Estado, pero confiadas a cooperativas de trabajadores para que las gestionaran y obtuviesen una  parte de las ganancias. El modelo fracasó. Atrasó a Yugoslavia con respecto a Europa Occidental, que se basa en la propiedad privada individual.

Y es que en el cooperativismo hay un problema de índole científica. Si en una cooperativa los más hábiles, productivos e innovadores sostienen con su trabajo superior a otros menos capaces, o que no se esfuerzan demasiado, no hay  incentivo para poner el «extra» que se necesita para aumentar la productividad. En el argot de un guajiro criollo: en una cooperativa «todos no jalan parejo».

Por leyes de la naturaleza hay diversidad física e intelectual entre los seres humanos. Fue ese «extra» el que hizo posible la Revolución Industrial que cambió la faz de la Tierra.

Lo más importante en esto es que a las cooperativas tuteladas por el Estado el régimen las presenta como una alternativa «no estatal» que sí está dispuesta a permitir, siempre que las controle bien,  en vez de liberar de verdad las fuerzas productivas de la nación y dejar que surja la tan necesaria libre empresa en la Isla.

Más cercanas al mercado que al estatismo

No obstante, pese a ese control estatal y todas las limitaciones citadas, dada las características jurásicas del castrismo, las CNA resultan islas de aire fresco porque conforman un segmento de la economía más cercano al mercado que al estalinismo estatista. No son gestionadas por el Estado y sus socios se reparten las ganancias entre ellos. Y eso es positivo.

Eso sí, hay que exigir que el Estado venda la propiedad a los cooperativistas. Ello podría ser financiado por el Gobierno con préstamos a bajo interés concedidos por el Banco Popular de Ahorro u otro banco estatal.

Lo dramático en todo esto es que el frenazo a las CNA se produce en momentos en que ya el «Periodo Especial II» da sus primeros aletazos y se agrava la crisis económica. El parón a las CNA frena la creación de empleos precisamente cuando más empleo, producción y servicios se necesitan. El Estado socialista simplemente no es capaz de generarlos.

Para que los cubanos se alimenten bien, no sufran la pobreza y la escasez de todo, la desesperanza que los asfixia paulatinamente y los hace pensar en irse del país, los carniceros, cerveceros,  panaderos, y todos los que operan negocios de cualquier tipo,  sean grandes o minúsculos,  deben ser sus propietarios, como lo eran en 1958. Lo mismo en la esquina de Infanta y San Lázaro en La Habana, que en una concurrida esquina santiaguera, villareña o pinareña.

Fuente: diariodecuba.com