El papel del cooperativismo en la Revolución Rusa

Qué era el cooperativismo

Las cooperativas son las grandes ausentes en el relato que ha quedado de la revolución del 17 y su contexto. Sin embargo no solo eran los donantes que hacían posible las campañas electorales de la socialdemocracia alemana o las cajas de resistencia de las grandes huelgas a lo largo de Europa; eran un movimiento de masas: solo en Rusia 25 millones de campesinos, artesanos y trabajadores estaban agrupados en ellas. No era desde luego un caso único en Europa.

En la Rusia pre-revolucionaria 25 millones de personas eran miembros de cooperativas

Por supuesto, en Rusia y en todos lados, como ahora, bajo el nombre «cooperativa» convivían organizaciones de naturaleza muy distinta: cooperativas de consumo al estilo británico, cooperativas de pequeños productores agrarios, cooperativas de crédito… cooperativas de trabajo e incluso comunidades igualitarias.

Entre los socialistas, incluidos los marxistas, anteriores a 1917 era común concebir el «periodo de transición» hacia la abundancia, el socialismo propiamente dicho, como un no-estado basado en un macro-sistema de cooperativas de trabajo. Y cuando aparecen los soviets y empieza a pensarse hacia dónde llevar el «control obrero» la figura de la cooperativa, como aliado o como modelo, está siempre presente. Gustav Landauer, un anarquista que murió siendo comisario de la república de consejos de Baviera, teorizaba el «proceso de extinción» del estado precisamente como la sustitución paulatina del poder político «una solidaridad orgánica que se quiere extender a base de diversos grupos hasta formar una especie de bóveda». Y en su cabeza, como en la de Buber que desarrollaría después su pensamiento la forma lógica de «esos grupos» no sería otra que las comunidades igualitarias -al modo de los kibutz- y las entonces recién aparecidas «cooperativas integrales».

Los consejos obreros, la economía y la guerra

La verdad, sin embargo, es que el protagonismo de la revolución estaba en todos lados, desde Bakú a Munich y Budapest en los consejos obreros. No podía ser de otra forma: los consejos, los «soviets» en ruso, originalmente una estructura espontánea de la organización de la huelgas en la nueva etapa post-sindical, se convertían por doquier en órganos insurreccionales primero y en administradores del conjunto de necesidades sociales después, es decir, habían configurado por sí mismos una nueva forma de estado como Lenin había sabido ver en 1917.

Sin embargo, si la estructura política de la sociedad de los soviets estaba clara, la estructura económica del nuevo sistema político no lo estaba tanto. Está claro para los bolcheviques que lo que se estaba construyendo era un «capitalismo de estado» y además uno con grandes limitaciones objetivas en espera de que una revolución mundial o al menos europea, ampliara los horizontes de posibilidad. No había ilusiones entre los dirigentes sobre esto: lo posible era un capitalismo políticamente controlado por los consejos obreros, no un nuevo sistema económico. Otra cosa era la forma: un capitalismo de estado podía tomar la forma de una nacionalización generalizada, de un mercado de pequeños productores controlado o de amplia una cooperativización. Pero en ningún caso cabía hacerse ilusiones: el resultado era e iba a ser necesariamente capitalismo, capitalismo de estado con un estado que era la expresión orgánica de los trabajadores y que lógicamente le daría forma, hasta cierto punto, de acuerdo a sus intereses. Pero nada más.

Y ese «hasta cierto punto» era importante además. En la primera etapa del poder soviético, «el comunismo de guerra», se hizo de la necesidad virtud. Como dijo Bujarin, se pensó que la desmercantilización forzosa de los productos de primera necesidad era «una forma normal de la política económica del proletariado victorioso» y no el resultado inevitable de la administración de una guerra total. No era, seguramente un error de principio, la cuestión era, como apuntarían luego Lenin y muchos otros, que lo que en una Alemania altamente desarrollada y con un aparato productivo relativamente intacto hubiera podido tener cierto alcance, en la Rusia soviética aislada y arrasada por la guerra solo podía ahondar las dificultades y dar alas al sabotaje, cuando no a la rebelión masiva del campesinado y los pequeños productores.

El giro llegará en 1921 con la «Nueva Política Económica», la famosa «НЭП» (NEP). De lo que se trata es de construir un capitalismo moderno supeditado, constreñido y vigilado por el estado consejista. «Soviets y electricidad». En este marco el cooperativismo vuelve a ser importante. Pero «no las cooperativas obreras», de forma natural integrada en la estructura soviética, como remarca Lenin en su famoso panfleto sobre el impuesto en especie, sino la cooperativa como forma de escala de pequeños propietarios independientes. Para ellos «libertad y derecho a la cooperación es libertad y derecho al capitalismo»… pero de eso es de lo que se trata y eso lo que Lenin tratará de explicar una y otra vez a una «izquierda» que piensa que definir un capitalismo de estado con mercado privado es un paso atrás porque en el fondo cree que es posible pasar a una sociedad de abundancia sin haber desarrollado antes la productividad hasta el límite de la desmercantilización, como pensaban en su día los populistas, y fantasearon después los stalinistas con su «socialismo en un solo país».

Por eso en la NEP el cooperativismo y «la cooperación» pasan a primer plano hasta convertirse en uno de los caballos de batalla del sistema que están tratando de hacer sostenible en espera de una revolución mundial que no acababa de cuajar.

Con la NEP los bolcheviques definen capitalismo de estado con fuertes coops como forma económica dl poder soviético

La Internacional Cooperativista Comunista

Este es el marco en el que el cooperativismo se convertirá en una de las áreas específicas de la Internacional Comunista. En vísperas del segundo congreso se convoca en Moscú la «Primera Conferencia de Cooperativistas Comunistas». Durará seis días enteros. Además de trabajadores de las repúblicas soviéticas del momento, aparecen fineses, austriacos, búlgaros, daneses, franceses, alemanes, italianos, noruegos, polacos, suecos, suizos y australianos.

Las discusiones entran pronto en la NEP y el papel que los dirigentes rusos quieren dar a las cooperativas de cada tipo en ella. El ponente ruso es Nicolai Meshcherjakov, un eserita de izquierdas -cercano por tanto al campesinado pobre- que se había unido a los bolcheviques durante la revolución. Les explica cómo la infravaloración de la economía privada campesina y el desprecio hacia el cooperativismo agrario -«entonces y ahora pequeñoburgués», asegura- han jugado un papel importante en el desastre económico y el abastecimiento de la época del comunismo de guerra. Por otro lado, el cooperativismo obrero había sido subestimado, centrándose la táctica de los grupos revolucionarios previos al 17 en los sindicatos. Uniendo con la tesis del «Frente Único» que el inmediato congreso de la Internacional va a afirmar, anima a que las resoluciones no queden en el papel y los partidos europeos creen secciones específicas entre el cooperativismo de trabajo. Se pretendía no solo captar jóvenes y mujeres trabajadoras, sino animar nuevas empresas propiedad de los trabajadores. Y la causa es que antes de la revolución los partidos comunistas pueden ir construyendo ya la base de lo que, tras la revolución se ha demostrado que ha de ser una herramienta esencial de la nueva estructura económica. Esperan así que los nuevos estados soviéticos que surjan puedan ahorrarse los costes que la subestimación del cooperativismo ha tenido en el proceso ruso, entre ellas, se sugiere, tener que dar ahora un protagonismo excesivo al cooperativismo de la pequeña burguesía rural.

La Internacional llama en 1922 a los PCs a crear secciones en el cooperativismo y organiza Internacional Cooperativa

La traducción a los prejuicios y errores de los comunistas europeos no se hace esperar. Uno de los delegados franceses, Henri Lauridan, un sindicalista que acabará años después en el fascismo, compara las cooperativas agrarias con las de vivienda e incluso, para horror del otro delegado francés Arthur Henriet, con las de trabajo. Lauridan transmite la desconfianza que el cooperativismo suscita en el izquierdismo europeo: la autogestión no puede ser buena, como hemos tenido que escuchar tantas veces después, «haría capitalistas a los obreros» pues «enseñaría» a los trabajadores la lógica de la acumulación de capital. Le respondió Henriet y se estableció un debate correoso lleno de interrupciones de Lauridan. Henriet le recordó que precisamente de eso se trataba. Tras la revolución los trabajadores deberían cabalgar y dar forma a la acumulación. La experiencia, la autonomía diríamos hoy, se ganaba en la práctica y eso es lo que daba sentido al cooperativismo antes y lo convertía en revolucionario después.

Lo q en Europa veían como paso atrás d las coops -entrenar trabajadores en el mcdo- era lo q los soviets necesitaban

Lenin, las coops y el cambio cultural

Lenin mientras tanto está ya muy enfermo. Un mes después, cuando recupera fuerzas, envía un artículo que reafirma las posiciones rusas sobre el papel del cooperativismo campesino, artesano y de consumo en la NEP.

Pero además aporta un par de nuevas ideas fuertes. Lenin insiste en que, con la revolución ha cambiado algo fundamental. Bajo el poder político de los soviets, el desarrollo de las cooperativas y el desarrollo del socialismo son para él, en la práctica, la misma cosa. Es más, asegura que las cooperativas son la clave para esa verdadera «revolución cultural» que, bajo las condiciones de un capitalismo de estado, harán posible el socialismo en un plazo aceptable. De nuevo: no el comunismo, no la abundancia, el socialismo, esto es, la fase en la que los trabajadores son capaces no solo de asumir el poder político, sino también de gestionar directamente y en sus propios términos un capitalismo que solo puede ser «de estado».

Lenin entiende el cooperativismo como un proceso educativo, como la base material de un cambio cultural. Por un lado el cambio cultural en el campesinado que va a hacer posible una relación medianamente armoniosa entre trabajadores y pequeños propietarios agrícolas en el marco del capitalismo de estado que están creando. Pero por otro, seguramente más importante en una mirada global, el cambio que permite el paso de los trabajadores de movimiento político que llega a tomar el estado, a verdadero poder social capaz de cabalgar el capitalismo y domeñarlo por sí mismo, directamente, para conducirlo hacia la abundancia a través de un desarrollo tecnológico acelerado.

Lenin espera q cooperativismo de trabajo enseñe a los trabajadores a dirigir una economía de transición

El problema de fondo

El problema es que en el momento en el que Lenin escribe ésto el precio de la guerra civil y el aislamiento ha sido de hecho, «perder los soviets». La inmensa guerra civil había convertido por necesidad a los obreros que habían hecho la revolución en soldados del ejército rojo. Las fábricas fueron reconstruidas, pero los que trabajaban en ellas eran ahora, en su mayoría campesinos recién emigrados del campo sin pasado fabril ni experiencia en el movimiento obrero. Famélicos, temerosos, cargando todavía con las rémoras de una sociedad feudal, este «nuevo proletariado» de la posguerra civil está mucho menos comprometido políticamente y deja las cosas en manos del partido que identifica con la revolución. En muchos casos incluso, ante el colapso de la producción acabaron volviendo al campo de donde provenían, azuzados por el hambre.

Por eso, cuenta Deutscher:

Los soviets de 1921-22, a diferencia de los de 1917, no eran y no podrían haber sido representativos, representaban a una clase trabajadora virtualmente inexistente. Eran criaturas del partido bolchevique; y por eso cuando el partido de Lenin reclamaba derivar sus prerrogativas de los soviets, en realidad, las derivaba de si mismo

Los bolcheviques estaban manteniendo vivo un cuerpo muerto con la exclusiva fuerza de su voluntarismo ante una revolución global que solo había llegado como conato sin aliviarles siquiera el peso de las decenas de ejércitos que se habían avalanzado sobre el joven estado obrero. La fragilidad resultante era tan obvia que sus avances van parejos a la necesidad de restringir la oposición cada vez más.

En 1922 problema no era si las coops podían producir o no cambio cultural, sino q soviets eran ya cuerpos sin alma

En ese contexto no es de extrañar que Lenin apostara todo a un «cambio cultural». La revolución necesitaba, que los nuevos obreros ganaran la experiencia e inteligencia que aquellos que habían levantado los soviets habían ganado en décadas de lucha. Pero era casi quimérico pensar que las cooperativas pudieran lograrlo entonces. Y no solo no ocurrió. Lenin moriría pronto y las nuevas élites burocráticas, acostumbradas ya a «sustituir» a unas masas pasivas como sujeto político del nuevo estado, tirarían los principios de la NEP a la basura dando paso a lo que hasta entonces solo podía haber parecido un oximoron: el «socialismo en un solo país» de Stalin. Para unos el síntoma del fin del estado soviético, para otros la señal de una «degeneración» profunda.

Fuente: lasindias.blog