¿Es posible la economía del bien común?

Reflexiones de Jean Tirole, Nobel de Economía 2014, sobre el papel del economista en la sociedad

Jean Tirole recibió el Nobel de Economía hace unos años por su análisis del poder de los mercados y la regulación. Entonces fue el rey de Suecia el que le hizo entrega del galardón y, de alguna forma, hizo pública la figura de Tirole. En un mundo prácticamente gobernado por los mercados, ¿qué puede aportar un economista a la sociedad? De las reflexiones de Tirole sobre esto surgió el libro “La economía del bien común” (Taurus). El libro acaba de traducirse al castellano y ha sido el propio Tirole el encargado de presentarlo en nuestro país con una serie de conferencias. Estuvimos en una de ellas, impartida en el Instituto Francés de Madrid, y esto es lo que Jean Tirole habló.

¿Qué hace un economista?

Es complicado para un no economista entender lo que hace un economista. Jean Tirole quiso comenzar su exposición hablando de la Economía como una ciencia descriptiva que trata de describir el comportamiento de los individuos, países, organizaciones y empresas. “Para eso se recopilan datos y sacamos correlaciones para saber lo que ocurre”, explica. Y lo hacen de la misma manera que empresas como Netflix, Amazon o Google usan el big data determinar referencias sobre los gustos de otros usuarios similares para recomendarte películas o libros, basándose en correlaciones.

Otro de los aspectos de la economía es el de ser prescriptiva. Usa un marco teórico para sacar fórmulas de causalidad. Lo que se intenta es decir qué cosa genera qué consecuencia, qué implica qué y sacar conclusiones de política pública, porque es ahí justamente donde el bien común entra en juego porque, para Jean Tirole, la economía puede y debe contribuir al bien común.

La economía y la moral

Economía y moral no son dos palabras que suelan verse juntas, sin embargo la economía es uno de los ámbitos donde más sentido tiene la moral, a pesar de que la pregunta general es si ambos conceptos son compatibles. Ahí es donde Tirole habla de la Economía del bien común… no sin antes definir qué es lo que entienden los economistas por moral.

¿Qué es la Economía del bien común? Es una ambición que pretende que los intereses individuales vayan en el mismo sentido que el colectivo, porque a veces están en conflicto. Entonces se trataría, explica Tirole, de construir políticas que puedan hacerlas converger. Tirole aclara que el Mercado es un instrumento, sólo un instrumento, no una ideología. “Para mi, si el Mercado tiene fallas, el Estado tiene que corregirlas, y si el Gobierno tiene sus derivas, el Mercado puede encauzarlas. Tirole aclara que el Liberalismo no consiste en dejarlo pasar todo, es responsabilizar a las personas, que son los actores económicos, para que vayan en el sentido del bien común, y que los estímulos sean más congruentes con el bien de la colectividad.

Un ejemplo de esto lo tenemos en el clima. Mientras que el interés individual impulsa a consumir más carbón porque es más barato, el bien común nos tiene que llevar a entender que si no hacemos los esfuerzos suficientes, sobrepasaremos el límite de 1,5 grados fijado en el Acuerdo de París. Por eso los actores, que son las personas, las empresas y las familias, se tienen que responsabilizar del clima, que internalicen que se trata del bien común, y aceptar perder un poco de PIB a favor del clima.

Tirole no pudo evitar mostrarse sorprendido por la autocomplacencia de los estados a la hora de hacer las promesas del Acuerdo de París sobre el grado y medio contra el calentamiento global. “Las promesas colectivas no funcionan nunca”, advierte Tirole. “Hay que hacer más por el clima, no he visto a ningún gobernante volviendo a su casa después de firmar en París diciendo que se va a remangar para hacer algo por el cambio climático. Todos volvieron a su casa diciendo que habían ganado, pero no haciendo algo”, apunta.

Otro ejemplo es la salud. Nosotros no somos responsables de nuestros genes, dice Tirole. Sin embargo, en los seguros de salud se hacen análisis a las personas para valorar los riesgos que tienen de enfermar y hacer que los que tienen más probabilidad paguen más, y los que menos, no. Para Tirole el Gobierno debería intervenir para evitar la selección de riesgos, porque los samos pagarían poco, pero los enfermos, que son los que más necesitarán los recursos, pagarán infinito.

¿Qué es el bien común?

Las ciencias sociales y humanas quieren hacer un mundo mejor, pero eso plantea la cuestión de definir cómo es un mundo mejor y qué es ese bien común del que hablamos, así como preguntarnos si el Estado es el responsable de lograr ese mundo mejor o si nosotros tenemos alguna responsabilidad en esto.

A la hora de buscar una definición de mundo mejor podemos encontrarnos con que hay posiciones diferentes porque hay religiones diferentes, etnias diferentes, orientaciones sexuales diferentes, creencias diferentes, culturas diferentes, nacionalidades diferentes… ¿cómo aproximarnos entonces a un punto de acuerdo común? La complejidad está en que resulta difícil no mirar el mundo desde el prisma de nuestras propias preferencias o creencias, porque parecería que hay tantas visiones del bien común como personas en el planeta. Para poder llegar a un entendimiento común sobre el bien general Tirole recomienda reflexionar desde un velo de ignorancia.

Reflexionar desde un velo de ignorancia es hacerse una pregunta fundamental: “¿En qué sociedad me gustaría vivir?, ¿qué lugar quiero ocupar en la sociedad?” Y, a la hora de responderla, imaginar que no sabemos nada de nosotros, que no sabemos si somos ateos o creyentes, franceses o españoles, hombres o mujeres, locales o inmigrantes, ricos o pobres, sanos o enfermos… Si no sabemos en qué posición estamos, ¿cómo entenderíamos la educación?, ¿pensaríamos que es un derecho fundamental?, ¿qué opinaríamos del derecho a la salud?, ¿y de la contaminación, del paro o de las pensiones? Reflexionar desde un velo de ignorancia es ponernos todos en un punto común para llegar a conclusiones válidas para todos, implica dejar a un lado nuestros condicionantes y nuestras circunstancias y partir de cero. Por eso, dice Tirole, el bien común no es algo que salga de la nada, tenemos que modelarlo nosotros para que no sean otros los que lo modelen en nuestro lugar. Hay que hacer esa reflexión, sin eso no es posible llegar al bien común.

¿Cuál sería el papel del Estado aquí? Corregir las fallas de los mercados. La desigualdad es una falla de los mercados, dice Tirole, así que el papel del Estado frente al bien común es que rectificar esos errores, reencauzar todas aquellas cosas que van contra el bien común como el desempleo, la falta de educación, la falta de pensiones, la desigualdad. De alguna manera, apunta Tirole, estos problemas están alimentados por nuestro egoísmo hacia los jóvenes, hacia todos esos que aún no votan y que aún no han nacido.

¿De quién es la responsabilidad?

En valores absolutos, dice Tirole, la pelota no está en el tejado de los políticos. En opinión de Tirole, no hay que ser ingénuo y dejarlo todo en manos de los políticos es malo para la democracia y para nosotros mismos, porque ahí es donde entran en juego los populismos y donde empiezan a ganar las batallas electorales. “Hay que entender que los populistas viven de nuestro descontento, de nuestras inquietudes, de la crisis, de las deudas, del cambio climático, y presentan un mundo sin limitaciones para volver a un paraíso que nunca ha existido. Hay que pararles los pies explicándoles cómo funciona la economía”, insiste Tirole.

“Los políticos tienen sus propias incitaciones, lo que les preocupa son las próximas elecciones, ellos son como cualquier persona, comienzan con mucho idealismo y, luego, como se quieren mantener en el poder ceden a los lobbies y a la opinión pública”, apunta Tirole. Por eso insiste en que cada ciudadano tiene también una parte de responsabilidad en el logro de ese bien común.

Aunque tenga buenas intenciones el Estado tiene sus propias limitaciones, y hay políticas que no se pueden hacer realidad desde una única esquina del ring como el clima, que nos implica a todos. Hacen falta normas sociales para mover a la regulación bancaria, la fiscalizad o el respeto a los demás.

¿Vamos hacia el bien común?

Ante esta pregunta Jean Tirole confesó no tener respuesta. “No hay que esperar de los economistas que hagan predicciones, sólo que identifiquemos mejor los factores que pueden determinar una crisis bancaria o soberana. Como el sismólogo, podemos decir que una zona tiene alto riesgo de terremotos, pero no podemos garantizar que vaya a ocurrir seguro y, aún menos, en qué momento ocurrirá”, explica Tirole.

Sin embargo, a la hora de plantearnos cuándo llegaremos a ese bien común, Tirole admite que aunque nos queda camino por delante, no hay que ser derrotistas. “Si nos comparamos con la historia pasada estamos evolucionando”, señala. “En la Edad de Piedra la probabilidad de morir violentamente era del 20%, ahora, a pesar de todas las guerras, no sobrepasa el 2%”, dice. Es cierto que el mundo no está bien, pero hay un progreso, y si es cierto también que el Estado moderno crea guerras, también suprime mucha violencia, y ya no son tantos ya los que se aventurarían, por ejemplo, a defender que una economía planificada es lo que nos daría más bienestar. Ahora hemos aprendido, sabemos que la economía planificada es algo a evitar.

Tirole reconoce que los economistas también tiene sus reticencias sobre los mercados, “nos interesa cuando el mercado va bien, pero observando los fallos y desviaciones; buscamos mercados bien regulados que contribuyan al bien general, aunque a veces se nos reprocha no tener en cuenta las cuestiones éticas”, dice Tirole, y recomienda un libro de Michael J. Sandel “Lo que el dinero no puede comprar”, donde muestra que hay una enorme cantidad de bienes y servicios que no deben ser banalizados por el mercado, que no pueden comprarse ni venderse como los genes, y que crean mucho malestar respecto a ese bienes y servicios, porque hay cosas que no pueden ser tratadas como mercancías.

A lo largo del tiempo y las sociedades hay una parte de la moral que ha fluctuado, y hay cosas que hoy se consideran éticas que no hace tanto tiempo eran totalmente inmorales como las relaciones interraciales o las relaciones entre personas del mismo sexo; “por eso -dice Tirole- para que no sea mi moral contra la tuya hay que usar la razón”.

“Hay algo que me choca mucho que es eso de que la moral de alguien sea superior a la de otros. Pensar que algo es deficiente se puede asumir al principio, pero si se mantiene llegamos a los prejuicios, y eso es peligroso”, señala Tirole.

“A menudo las cuestiones de moral se confunden con fallos o derivas del Mercado”, aclara Tirole. Un fallo del mercado es querer crear un mercado de amistad, donde se puedan comprar amigos, porque entonces ya no estamos hablando de amistad, sino de otra cosa. Igual que si se permite comprar el acceso a la Universidad o los premios científicos, porque entonces se convertirán en señales de riqueza, no de aptitud, y perderían su valor, pero eso serían fallos del Mercado. Si pensamos en el comercio de diamantes o de las adopciones de niños, en el caso de existir un mercado de padres adoptivos y se intercambiarían niños por dinero, con lo que los niños resultarían los grandes perjudicados de ese sistema.

“El gusto por lo inmediato -señala Tirole- es lo que hace que el individuo vaya en contra de su propio beneficio y genere políticas paternalistas, precisamente para impedir que los individuos vayan contra ellos mismos, y se penaliza el juego, las drogas, la prostitución. En economía, según explica Tirole, se diferencia entre la internalidad y la externalidad. En el caso de dopaje deportivo, el que alguien esté dispuesto a doparse y perjudicar su salud futura por un logro a corto plazo es un aspecto de internalidad. Al mismo tiempo, el dopaje perjudica la imagen y sentido del deporte, y eso es la externalidad. Tirole no lo considera una inmoralidad, sino un fallo del sistema.

¿Se puede mercantilizar todo?

“Como científico lo que puedo hacer es aportar puntos de vista, y entender por qué ese tipo de mercados, los de las adopciones, los vientres subrogados, la prostitución, la donación de órganos, no son deseables”, explica Tirole, no sin antes asumir que esos mercados existen. “Seamos realistas, esos mercados están ahí, la cuestión es cómo regularlos o prohibirlos, pero no es algo sobre lo que queramos reflexionar porque nos molesta, no nos gusta verlo, y los políticos, para no verlo, desplazan el problema a otro lugar”, señala. Tirole pone como ejemplo la pena de muerte en Francia. Entre 1939 y 1981, año en que se prohibió la pena de muerte en el país galo, sólo hubo ejecuciones privadas. Hasta el 39 las ejecuciones eran públicas, y la gente iba a los ajusticiamientos como a un espectáculo, era una diversión a la que acudían con la familia, con los niños, y se disfrutaba de la muerte de otras personas. Sin embargo a nadie le gustaba ver cómo niños y personas normales se divertían con aquello, nadie quería ver gente violenta, y por eso las ejecuciones se volvieron privadas hasta que finalmente se prohibieron.

Es importantes, desde el punto de vista de Tirole, intentar comprender por qué nos choca la venta de órganos. Si hay gente que es capaz de vender un riñón es porque hay un problema económico y porque mucha gente se muere en la lista de espera. Si hay un mercado de órganos es porque hay oferta y demanda. En cierto modo es un problema de internalidad, con gente que compromete su salud futura por una resolución económica temporal. Además, serían los más pobres, los más necesitados, los que llegarían a vender sus órganos. “Si hay mercado es porque hay un problema subyacente, pero si hay problemas éticos con la venta de órganos tenemos que esforzarnos por hacerlo bien”, señala Tirole, poniendo como ejemplo la creación de mercados de órganos sin dinero, una iniciativa que se ha puesto en marcha en algunos lugares donde se estudian bien las compatibilidades de los donantes con los receptores, se dan una serie de servicios que hacen más eficiente ese sistema, pero sin el problema ético de la transacción financiera.

Quizá el prisma desde el que los economistas trabajan respecto a la moral puede parecer ingenuo, pero tal y como explica Tirole, el economista trabaja mucho sobre la moral, intentando comprenderla, y haciendo muchos experimentos sobre ella para determinar cómo nos comportamos en diferentes circunstancias. “Tenemos motivaciones intrínsecas, hay generosidad en nosotros y nos gustaría obrar correctamente respecto al bien común, pero no siempre lo hacemos, porque también tenemos motivaciones extrínsecas como aumentar las amistades, y nos comportamos bien porque queremos tener amigos; también porque nos preocupa la imagen que proyectamos a los demás, lo que van a pensar de nosotros y, finalmente, por eso que llaman el espectador interno, que es la visión que tenemos de nosotros mismos, porque queremos poder mirarnos al espejo, y queremos sentirnos generosos, que los demás nos vean como generosos y estar bien con nosotros mismos”, aclara Tirole.

Un economista estudia los modelos en los que se basan las sociedades. A veces se crean situaciones que nos sacan de la moralidad. Un ejemplo es el uso de drones en la guerra; de alguna manera evitan que tengamos la sensación de matar, es algo que parece un videojuego. Otra cosa que nos hace salir de la moralidad es la obediencia, siempre que no haya reflexión, porque facilita el descargo de la propia responsabilidad. En este caso se trata de lo que Tirole señala como narrativas negativas, pero también existen las narrativas positivas, que son algunos de los modelos de comportamiento que se ven en las películas, los cuentos de hadas, los libros… Por eso al final los economistas no dan tanta importancia a los actos, sino a las consecuencias posibles a partir de las externalidades, como si nuestros actos van a contaminar o a hacer daño a otras personas. “Somos consecuencialistas”, apunta Tirole. Por esta razón no ve mal las recomendaciones del filósofo australiano Peter Singer sobre la ética de los trabajos. ¿Te parece poco moral trabajar en un banco de inversión? ¿Cómo eres más útil a la ética o al bien global? Si te parece que es un trabajo poco honrado puedes dejarlo, pero según Singer sería mejor seguir trabajando ahí y aprovechar para dar el 80% de tus ingresos a una ONG.

Siguiendo con las consecuencias, sabemos que mentir está mal. Las cuestiones sobre la inmoralidad de la mentira son imperativos categóricos, pero más importante que eso son las consecuencias, lo que repercute en la vida de otras personas, y eso es lo que hay que medir siempre. Si vienen los nazis a nuestra puerta y nos preguntan si tenemos judíos escondidos, podemos cumplir con el imperativo sobre la mentira y decir la verdad: “Sí, están en la buhardilla”. Pero en casos como este, las consecuencias afectan a la vida de otras persona, por lo tanto, aunque mentir es malo, decir la verdad en este caso es peor.

El estado del bienestar

En una pregunta lanzada a Jean Tirole después de la conferencia se le planteó qué le pediría al nuevo presidente de la República francesa. La respuesta fue clara y rápida: “Abordar el desempleo que mina y socava la sociedad”. Tirole considera que existen soluciones para el desempleo y para tener una estructura productiva más eficaz que no le cueste tanto al Estado, donde los más jóvenes y los más mayores tengan trabajo porque, tal y como recalcó, “el desempleo es muy peligroso”.

Tirole entiende que en sociedades más complejas las instituciones suelen ser más disfuncionales, aunque muy vinculadas al sistema social, “hay que reformarlo para no perderlo”, porque en este momento, poniendo Francia como ejemplo, hay un sistema muy desigual donde el 20% de arriba está muy bien formado a costa de la República y el resto no, lo que crea una desigualdad muy grave que hay que evitar. No se trata, señala, de suprimir el estado de bienestar, sino de ver que puede costar menos, porque si no puede conducir a una crisis financiera que haga caer el sistema social.

Otra petición para el nuevo presidente es enfrentarse con valor al voto antieuropeo, que Tirole considera como un “olvido del pasado y no consideración hacia el futuro”. Hay que saber explicarle al pueblo por qué hace falta Europa, hay que saber argumentarlo, reitera.

En la misma línea del desempleo Tirole aborda la complejidad de la dignidad del trabajo, y se posiciona en contra de los trabajos precarios. “Es bueno entender que no existe un trabajo para toda la vida, y que lo importante es tener un empleo de calidad. El mundo digital va a cambiar muchas cosas, por eso será fundamental dar una buena formación profesional y una formación continua a la gente, “si no esto va a ir a peor”. Los empleadores, dice Tirole, quieren poder despedir a las personas, los tratan como mercancías, como bienes, y la realidad es que muchos empresarios no despiden por gusto, pero tienen malos estímulos. En Francia, apunta, hay miedo a los contratos indefinidos porque dificultan echar a una persona, entonces contratan un mes, te echan, te vuelven a contratar… Tirole pone el ejemplo de Dinamarca, donde cuenta que los empleados daneses son los que menos miedo tienen al desempleo, porque es muy bajo, y asumen que cuando salgan de un sitio van a poder entrar a otro con cierta facilidad. Eso elimina mucho estrés de las personas, estrés que, sin embargo, está probado que es muy elevado entre los indefinidos franceses. A pesar de contar con contratos indefinidos, el miedo a perder el trabajo, a no poder encontrar otro similar o a tener que aguantar de por vida a unos compañeros, una tarea aburrida o unos jefes que no gustan, convierten al indefinido francés en uno de los empleados más infelices del mundo.

A raíz de la crisis, comenta Tirole, el pueblo español hay sufrido mucho y no tendría por qué. El rescate a los bancos ha sido algo que desde el punto de vista de este economista el Estado no ha sabido regular. En España hubo economistas y el propio Banco de España que alertaban de la existencia de un problema, pero los políticos no actuaron. Las crisis soberanas y financieras basadas en lo inmobiliario han sido frecuentes en la historia, en este caso, para Tirole, está claro que el culpable fue el Estado, que no reguló y, encima, le pasó la factura a los ciudadanos.

Una de las virtudes del mercado es que tiene cierta integridad respecto a la corrupción. Los políticos quieren dar caramelos, quiere ser reelegidos. A los políticos corruptos no les gustan los mercados porque les hacen perder poder sobre la distribución y redistribución, por eso el mercado tiene cierta integridad, porque se trata sólo de oferta y demanda, y por eso, desde el punto de vista de Tirole, introducir elementos de mercado va contra la corrupción. Pero recordemos, el mercado es una herramienta, no una ideología, y es la moral la que tiene que poner el punto a lo que puede y no puede hacer el mercado.

Fuente: teknlife.com