RESERVAS DE AGUA DEL DESIERTO DE ATACAMA ESTAN LLEGANDO A SU LIMITE

Reponer los acuíferos naturales tomará miles de años, por lo que es necesario buscar fuentes alternativas, como la camanchaca, advierten los especialistas. No obstante, todavía faltan mayores estudios sobre el potencial de este último recurso. 

El profesional lidera el proyecto Anillo de Conicyt Escallonia, que reúne a un grupo multidisciplinario de investigadores y que apunta a entender cómo en un ambiente tan árido logró subsistir el ser humano y cuáles son los desafíos actuales.

Según Santoro, la tecnología ha evolucionado muy poco y la principal fuente de agua son las lluvias periódicas y las napas subterráneas. “Ahora hay máquinas de bombeo, pero el principio es el mismo: hacer pozos para obtener el recurso del subsuelo. El problema es que este es finito”.

Ciclos de uso

“Las napas no se recargan a la velocidad que se está sacando el agua. Es como cuando uno tiene una cuenta corriente y está sacando más plata de la que tiene. Esa es una conducta que no es sostenible en el tiempo”, dice Claudio Latorre, paleocólogo de la U. Católica e investigador del proyecto.

“Por los estudios de paleoclima que hemos realizado, la mayoría de las napas subterráneas se formaron hace milenios”, indica. Según sus estimaciones, probablemente el último gran evento de recarga tuvo lugar hace 17 mil años y, posteriormente, hubo períodos menores hace mil y 500 años.

Esas napas se cargaron porque llovió mucho en la cordillera, pero los modelos de cambio climático indican que va a llover menos. Esos períodos de bonanza también permitieron un desarrollo agrícola que transformó áreas como la pampa del tamarugal en un vergel. Santoro ha logrado identificar al menos tres grandes ciclos en el uso del agua.

El primero ocurrió cuando llegaron los primeros habitantes a la zona. “Había muchos más recursos, animales y plantas, pero hace unos 10 mil años se produjo un fuerte cambio climático y una transformación ecológica, haciendo que la pluviosidad disminuyera hasta los niveles actuales. Eso produjo una diáspora hacia la costa y el altiplano”, explica.

Durante los siguientes ocho milenios se produjo un período en que los habitantes se dedicaron a la caza y recolección. Pero todo eso cambió entre los 3 mil a 2 mil años antes del presente, cuando ocurrió lo que Santoro denomina un segundo pulso de agua, por un aumento de las precipitaciones, que permitió una reactivación vegetal, por lo que la gente retornó al desierto. “Si uno tuviera una imagen de Google de la época, en la zona interior de Tarapacá observaría canales de regadío, cultivos y arboledas por todos lados”. Pero esa bonanza fue temporal.

El último ciclo benigno, de mucha menor magnitud, se produjo entre el siglo XVIII y XIX, también seguido por una severa disminución de las precipitaciones que se mantiene hasta hoy. Santoro cree que todavía es posible iniciar una nueva fase de desarrollo del desierto a través de un cambio en la fuente de obtención del recurso.

La candidata con mejores posibilidades para los especialistas es la camanchaca. Es así como el ingeniero Juan de Dios Rivera, también de la U. Católica, asegura que con solo 4% de la humedad anual acumulada a partir de esta fuente se podría cubrir la demanda minera, agrícola y urbana de la zona. Pero para ello se necesitan colectores con mejor diseño que los que usan hoy y también métodos de bombeo de agua, reconoce Latorre. “Nos falta mucho por entender todavía, y no solo respecto de soluciones de ingeniería, sino de cuánta agua nos puede aportar realmente la camanchaca”.

FUENTE: REVISTAGUA