ROBOT ORDEÑADOR REVOLUCIONA AL SECTOR LECHERO


Los animales llegan solos a la sala de ordeña y luego, sin intervención humana, siguen su camino al campo. El sistema ya funciona en lecherías de la Región de Los Ríos y los productores reconocen aumentos de producción, caídas de problemas sanitarios y mejor calidad de la leche. María Lourdes Munita hortal DESDE VALDIVIA

En un campo en el sector de Paillaco, a menos de una hora de Valdivia, las vacas se aproximan a su ritmo a la lechería. Nadie las guía ni las apura. Entran despacio. Sin apuros, se ponen en fila y esperan su turno. Cuando les toca, ingresan de a una a un cubículo. Una vez acomodada, un brazo robótico identifica con un láser los cuatro pezones. Los limpia en forma individual y ubica las pezoneras y comienza la ordeña. Mientras termina el proceso, las vacas son recompensadas con una ración de comida que dispensa la máquina. Luego de casi siete minutos, las pezoneras se retiran de forma automática e inmediatamente se lavan para evitar cualquier tipo de contaminación cruzada. Se abre la puerta y la vaca se retira caminando al mismo paso, sin humanos que las apuren ni les indiquen cuándo salir o para dónde ir.

En la lechería de Pablo Coquelet -fundo Coi Coi-, quien lleva 25 años en el negocio, ya hay cuatro robots, con los que ordeña alrededor de 270 vacas jersey. Coquelet, al igual que Edmundo Henríquez, de Río Bueno, también en la Región de Los Ríos, son los primeros que utilizan en el país la ordeña robotizada, sistema difundido para sistemas en confinamiento, pero que, hasta ahora, no tenía seguidores en el país para animales bajo el sistema de pastoreo.

Ambos son ganaderos que realizaron grandes inversiones en un negocio que hoy está en crisis por la baja de precios a productor, apostando a largo plazo y considerando que esta actividad es cíclica. Los dos, además, son proveedores de Colun.

Cuando en septiembre de 2014, Coquelet trajo sus robots DeLaval, fue contra las creencias de la mayor parte de los productores y asesores del país, y fue también el primero de América del Sur.

Un año y medio después reconoce que el resultado ha sido un éxito: hoy obtiene 2 a 2.5 litros más por vaca que lo histórico, sin cambios en la alimentación, con las mismas praderas. El único cambio es el sistema de ordeño y el manejo del animal. Los beneficios no han sido solo de rendimiento.

«Ahora puedes redistribuir a la gente y encargarle otras tareas que pueden ser más importantes que estar ordeñando, como el manejo de la pradera, ver vacas enfermas o vacas en calor. En una lechería común no tienes tanto tiempo, acá si lo tienes y te permite ser más eficiente. Este proyecto no se pensó para disminuir gente», dice Pablo Coquelet.

Llegar a esto, cuenta, ha significado un proceso de aprendizaje y adaptación, de los animales y de las personas. Entre risas comenta que «las vacas se demoran alrededor de 6 meses. Y podría decir que luego de un año y medio yo ya estoy acostumbrado».

Un poco más al sur, en la zona de Filuco, Río Bueno, está el fundo Los Castaños. Hace más de 20 años que su dueño, Edmundo Henríquez, maneja, junto a su hermana, una lechería de alrededor de 140 vacas. En 2014 vio la necesidad de modernizarse y buscar un sistema que le permitiera mejorar la calidad de vida de sus trabajadores, la suya y la de sus animales. Así, desde mayo de 2015 tiene robotizado el sistema de ordeña con dos robots Lely Astronaut. Ahora está feliz, pero reconoce que al tercer mes todavía no sabía si esto iba a funcionar.

De todo este sistema, lo que más le sorprende fue la calidad de la leche y la salud mamaria de sus vacas. Cuenta que en su lechería antigua tuvo una crisis de mastitis que le mató cerca de 13 vacas en un año.

«Teníamos un problema de manejo y de contagio grave. Llegamos a esto y se cortó todo, ya no había nadie que pudiera contagiar de un cuarto a otro. En este sistema, después de cada ordeña las pezoneras se lavan con vapor a una temperatura de 150 grados, donde se mueren todos los bichos que podría haber tenido la vaca anterior».

El gran misterio

El gran misterio a descubrir fue cómo lograr que las vacas lleguen solas a la lechería. Para eso, el sistema está diseñado de tal manera que la pradera y la ordeña funcionen en conjunto.

En el campo de Paillaco todo está calculado. Así, por ejemplo, la mayor distancia que tiene que recorrer una vaca es de 900 metros, aunque el sistema está pensado para que camine máximo 1,5 kilómetros. Si bien la mayor parte de los animales ya conoce el recorrido, al principio se requirió de la intervención humana.

«Una vez que la vaca se acostumbra, se mueve y funciona totalmente sola. Pero eso cuesta al principio, porque la vaca está acostumbrada a que la vayan a buscar y a que la arreen. Pero una vez que se logra, se manejan solas. Hoy estamos con 1% o 2% de las vacas que todavía tenemos que ir a buscar», comenta Coquelet.

En el de Filuco también llegan solas. Para conseguirlo hubo que modificar el manejo y el campo.

«Aquí las vacas vienen incentivadas por la comida, por lo que comen en el box donde se ordeñan. Durante el día, van avanzando de potrero en potrero hasta llegar a la lechería. Cada vez que vienen, se cambian de potrero. Las puertas están programadas cada 8 horas para cambiarse. El sistema se orienta al alimento, porque las vacas son recompensadas con pasto fresco y comida atractiva en el robot mismo. Ese es el incentivo de las vacas para venir a la lechería», cuenta Henríquez.

Además de ordeñar, las máquinas entregan información relevante para el manejo general de la lechería.

Así, en Paillaco, los robots identifican a las vacas y arrojan una serie de datos individuales como cuántas veces al día se ordeña, cuánto se demora con ese animal, cómo está la calidad de su leche, si hay o no presencia de células somáticas para detectar una mastitis y si está en celo o no, entre muchas otras cosas.

A Henríquez le llega una información parecida. «No estoy todos los días en el computador revisando, pero de repente aparece una vaca en el sistema que muestra que tiene problemas como que dio menos leche o quedó marcada por color de la leche y uno puede pinchar esa vaca en el computador y te muestra todo lo que quieras saber».

Cuenta que eso también le ha significado otras ventajas. «Hay vacas que están en su peak de producción, que son aquellas que dan casi 40 litros diarios y se ordeñan tres veces al día o más. Eso antes era impensado en la otra lechería porque solo ordeñábamos en la mañana y en la tarde. Aquí vienen cuando quieren y completamente voluntarias».

Incluso le permite el manejo de otros aspectos de los animales.

«Nosotros antes detectábamos si una vaca estaba en celo a ojo. Había que mirarlas en la mañana y en la tarde para revisarlas. Ahora las vacas que están en celo quedan marcadas en el computador».

Por ello Henríquez resume su experiencia sosteniendo que «es cosa de costumbre, es algo que no conocíamos y hay que ir aprendiendo igual que las vacas. En general es sencillo, y si uno mira para atrás dice: tampoco fue tan difícil».

Adaptar lo que existe

Contrario a lo que muchos pueden pensar, instalar una lechería robotizada no requiere de grandes construcciones, ya que en general se adapta la infraestructura existente.

Eso fue lo que se hizo en el fundo de Pablo Coquelet, donde se aprovechó el patio de alimentación y la antigua sala de ordeña quedó como área de manejo.

«En infraestructura lo que más gastas es en callejones nuevos en el campo, caminos de vacas. Esto se trata de que los animales lleguen, y si tienes problemas en tus callejones, la vaca no va a llegar. Tienes que facilitar mucho ese proceso. Y con el callejón nuevo viene todo un sistema de infraestructura de agua que quizá no lo tenías como debiera ser ahora».

La diferencia de inversión entre instalar una sala de ordeña tradicional y una robotizada, cuenta, era de 20% a 25% más en esta última.

En el caso de Edmundo Henríquez, la inversión se calculó por animal, pero dependiendo del rebaño, a lo más puede ser 1,5 millones por vaca. Solo el robot cuesta 80 millones de pesos, y cada uno está calculado para 75 vacas. Eso sí, hay que tener un piso de por lo menos 100 animales.

Entre risas comenta que «hasta aquí ha sido una buena inversión, pero no sé si un buen negocio por cómo está el precio de la leche. Porque cuando lo compré, el precio de la leche estaba bueno. Si hubiera estado como está ahora, quizá no los hubiera comprado».

Usar toda  la capacidad

Sobre el futuro de su campo, Pablo Coquelet cuenta que «nosotros partimos con 270 vacas y esperamos llegar a 320 esta primavera para que los robots queden funcionando al máximo de su capacidad. Eso sí, la gente que hizo este proyecto estableció que este campo da para un quinto robot, por lo que dejamos el espacio listo. Esas serían las proyecciones para este campo».

Apunta a los beneficios a largo plazo, que, cree, serían mucho mayores. «Si te vas a instalar con algo nuevo, hay que proyectarlo a 20-25 años. Si haces una lechería tradicional y llega esta tecnología, ya quedaste obsoleto. En cambio aquí ya estás proyectado».

Incluso la vida útil de un robot no está definida porque los primeros llevan ya 20 años funcionando.

Henríquez también dejó espacio para un tercer robot, y espera llegar a las 200 vacas en un período de dos años.

Un año y medio de experiencia, inversión de por medio, convenció a los dos productores de lo mismo: si tuvieran que volver a poner una lechería lo harían solo con un sistema robotizado, recalcan.

FUENTE: ECONOMIA Y NEGOCIOS