Día del trabajador y la trabajadora: “Las mujeres campesinas podemos cambiar el planeta con nuestro trabajo”

En el día del trabajador y la trabajadora, la historiadora y campesina mapuche Millaray Painemal (54) relata desde Chonchol, comuna rural cerca de Temuco, cuál es la visión que tienen las mujeres indígenas sobre el trabajo y lo importante que es reconocer sus aportes a la agricultura ecológica.

“Soy una de las 50 socias fundadores de Anamuri –Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas–, que desde 1998 trabaja con mujeres campesinas chilenas e indígenas de todo el país, y coordino la Red de Mujeres Mapuche Trawun pu Zomo. Vivo en la comunidad mapuche de Coihue en la comuna de Chonchol –Región de la Araucanía– y hago capacitaciones para promover los derechos de las mujeres indígenas. Tengo mi casita en el campo, con mi huerta y mis plantas medicinales, y hago terapia con Flores de Bach. Escribo, leo, preparo mis clases y cuido a mi madre y mis animales.

Aquí luchamos para poder seguir viviendo en el campo y que se vayan las empresas forestales, que están acabando con el agua y los bosques nativos. Buscamos preservar nuestras semillas, nuestras huertas y poder vivir del bosque como lo hacían nuestros antepasados. Por eso cultivamos entre nosotras la solidaridad y todo lo que tenemos lo compartimos.

Todas las mujeres de mi zona tienen su huerta, cultivan semillas y además tejen con la lana de las ovejas que ellas mismas crían. Salen a recolectar frutos como la mosqueta y la mora y hacen mermeladas. Alimentan a sus animales, cocinan, cuidan a los viejos y a los niños. Tenemos otra noción del tiempo: las mujeres mapuche nunca paramos, no hay fin de semana y el ocio y la vida doméstica se mezclan con el trabajo. Por eso cuando llamaban a huelga feminista el 8 de marzo nosotras no estábamos de acuerdo. Si paras un día, ¿quién alimenta a los gansos, los perros, los gatos, los niños o los ancianos?

Tenemos muchas responsabilidades y eso obviamente tiene que ver con el patriarcado, que no reconoce el trabajo doméstico como trabajo. Las tareas en el campo tienen roles y está bien que existan, pero hay labores que todos podemos hacer, como cocinar, que debieran compartirse. La cocina para nosotras es un espacio de resistencia, de sabiduría, de compañerismo. Elaboramos, conversamos. Ahí pasa la vida misma. Y por eso es importante para nosotras es que el trabajo que una hace sea reconocido por los demás, como cuando una comida te queda rica y a todos le gusta.

Es importante sentirnos reconfortadas cuando comienzan a brotar las semillas que una plantó o sale una fruta que esperabas. Para mí el trabajo tiene que ser alegre y no agobiante. Trabajar dignifica y por eso es tan importante el reconocimiento. Aun así no es fácil vivir en el campo porque la visión de emprendedoras que intenta incentivar el Estado no funciona aquí: a las campesinas no les interesa competir y tampoco podemos hacerlo frente a las grandes empresas. El principal problema es que no hay incentivos para quedarse en el campo y solo quedan las ancianas, que tienen mucha carga laboral. En el campo realmente se trabaja mucho y nosotras queremos que se visibilice lo que hacemos: las mujeres mapuche tenemos un papel muy importante en la preservación del ecosistema. Hacemos un gran aporte al mundo mapuche y a la sociedad en general porque sentimos que podemos cambiar el planeta con nuestro trabajo, basado en la agricultura campesina de los pueblos originarios, rescatando nuestras semillas, nuestras plantas medicinales y cultivando sin plaguicidas.

Mi madre dice que antes las mujeres mapuches se ayudaban más en el trabajo, cantaban mientras molían el trigo y tenían más tiempo de esparcimiento. Trabajando juntas había menos carga. Pero actualmente la lógica individualista ha permeado la comunidad y cada vez hay menos colaboración. Por eso con la red tratamos de rescatar esas prácticas, hacemos encuentros donde compartimos lo que tenemos y promovemos los Trafkintu, formas solidarias de trueque que tenemos los pueblos originarios para intercambiar productos, plantas y animales.

A muchas mujeres hortaliceras la pandemia les ha afectado, porque en Temuco hay cuarentena y no han podido ir a vender sus productos al centro, lo que hace que no puedan adquirir alimentos no perecibles que ahora son base en su alimentación. Creo que una de las principales lecciones que nos trae esta crisis es que lo mejor es quedarse en el campo, ayudarnos entre nosotras, porque lo básico está. Yo tengo mi huerta y mis semillitas. Hacemos intercambios con las vecinas y cuando les compro a veces me terminan regalando. “Llévate no más, si tengo un montón”, me han dicho. Y cuando yo tengo les comparto y ofrezco mis terapias con Flores de Bach.

Tiene que recuperarse la solidaridad, las alianzas con otras mujeres y la huerta como una resistencia. Te alegra el alma comer lo que cultivaste y eso es algo que hay que recuperar. La gente de la ciudad tiene que aprender. Trabajar la tierra es algo profundo y ancestral. Me llama mucho la atención que la gente diga que está deprimida y angustiada. Y creo que es por la lógica de la ciudad; de ser exitosos, de tener más. Cuando me siento mal me doy unas vueltas en mi huerta, visito a mis animales y se me olvida. No compito con nada ni con nadie: la vida es para disfrutarla, para tomar un mate y conversar sin mirar la hora todo el tiempo”.

Fuente: paula.cl