El desarrollo sostenible ¿es posible?

Resultado de imagen para desarrollo sostenibleEl pasado lunes, la organización de investigación Global Footprint Network hizo público el día del exceso terrestre. Este nos indica la fecha en la que los recursos que los humanos demandan al planeta exceden la capacidad de la Tierra para regenerarse en un año. Para 2017, esta fecha fue el 2 de agosto, por lo que, a partir de este día, nuestro consumo implica la sobreexplotación del planeta. Hace 10 años, esta fecha era el 15 de agosto, y si nos remontamos dos décadas, este plazo estaba fijado el 30 de septiembre. Para encontrar un día cercano a mantener los recursos en balance, se tendría que ir atrás casi 50 años.

Cada año, la fecha fatal se recorre un poco más, lo que significa mayor deforestación, sequías, erosión del suelo, pérdida de biodiversidad y una acumulación mayor de dióxido de carbono en la atmósfera. Esta fecha es un promedio global, ya que cada individuo genera una huella ecológica distinta. Por ejemplo, si la humanidad tuviera el nivel de consumo de los Estados Unidos, el día del exceso terrestre sería el 14 de marzo, mientras que si fuera como en Honduras, sería el 31 de diciembre o más claro, no habría deuda. Considerando la media mundial —2 de agosto—, entre los países que generan un mayor déficit de recursos al consumir más allá de lo que se puede regenerar se encuentran Noruega, Dinamarca, Alemania, Inglaterra, Francia, entre otros. Éstos se encuentran entre los 20 valores más altos del Índice de Desarrollo Humano (IDH) calculado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el cual a grandes rasgos permite medir el avance en tres dimensiones del bienestar: esperanza de vida, educación y nivel de ingreso.

En contraparte, países cuya deuda ecológica es menor que el promedio global, como Honduras, Armenia o Sudán del Sur se encuentran posicionados entre los IDH más bajos en el mundo. Pareciera entonces que aspirar a niveles de desarrollo como el del primer grupo de países mencionado, pueda implicar que la Tierra sea sobreexplotada más allá de un punto en el que futuras generaciones puedan disfrutar de los beneficios que hasta ahora nos ha brindado nuestro planeta.

Quizá la cuestión no es el ritmo acelerado del progreso que se ha experimentado en las últimas décadas, sino que la economía de mercado, y con ella el consumismo, no es la vía para que todos los seres humanos puedan disfrutar de desarrollo sostenible, en el que se pueda tener vidas plenas sin la degradación del ambiente.

El autor, Francisco Van Der Hoff Boersma, pionero en comercio justo y fundador de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) en México, en su libro Pensar y actuar desde los excluidos, propone hacer economías y mercados diferentes, a partir del Buen Vivir, concepto articulador e integrador que enlaza a los seres humanos con su entorno, que mueve y sustenta la interculturalidad. El reto, nos dice el autor, es “regionalizar y globalizar la solidaridad”, generando un mercado local pujante con sus propios medios, camiones, infraestructura y, en un futuro, tianguis o mercados locales, donde el productor y el consumidor puedan dar un rostro humano al mercado, ofreciendo productos para el bien común para, de esta forma, disminuir la huella ecológica de la producción y la comercialización, obtener mejores ingresos e impulsar una economía local y solidaria.

Para que sea posible, el primer paso es hacer conciencia sobre el impacto de nuestros hábitos de consumo en el ambiente. Los invito a entrar al portal http://www.footprintcalculator.org/#!/ y descubrir la huella de cada uno.

rosagomeztovar@outlook.com

Fuente: cronica.com