Los Huertos Obreros Chilenos

Y si en otros tiempos fue el hambre la equis más grande de la ecuación, hoy lo es el recuperar una relación armónica con el planeta.

Resultado de imagen para huertos obrerosHabía una vez un Chile agrícola. Un país que veía en el cultivo de la tierra no solo un motor de desarrollo, sino la redención de todos los males de la clase popular. La agricultura alimentaba el cuerpo y el espíritu, robusteciendo la moral y otras cualidades olvidadas.

Así, desde fines del siglo XIX, con las escuelas campesinas, se comenzó a buscar la forma en que la tierra pudiera enseñar a los más vulnerables a proveerse de su dignidad y sustento. En las primeras décadas del siglo XX se organizaron las primeras cooperativas sociales y los huertos obreros fueron bordando una cintura de verdura y prosperidad alrededor de las grandes ciudades.

Desde 1941 los huertos tuvieron su ley y amparo en la Caja de Habitación. La Pintana recibió parte de esa nueva fórmula residencial de poblaciones modelo en predios de media hectárea. Hoy sobreviven, no sin dificultad, los Huertos José Maza, la Villa Las Rosas y la Villa Mapuhue. En ferias capitalinas ofrecen sus mieles, huevos azules de collonca, hortalizas y otros tesoros que respiran el último aliento de fertilidad del valle del Mapocho. El Estado ya hace tiempo dejó de creer en el modelo que les dio origen. La legislación urbana de 1960 los protegía; hoy han sido declarados suelo urbano.

¿Qué lecciones para el presente nos entregan las utopías agrarias del siglo pasado? Primero, la ambición social: los huertos obreros no solo proveían un techo sino que capacitaban en un oficio que aseguraba, al menos, una subsistencia económica básica. Y si en otros tiempos fue el hambre la equis más grande de la ecuación, hoy lo es el recuperar una relación armónica con el planeta.

En ese sentido, los huertos fueron un modelo de transición entre ciudad y campo que resolvía de forma sustentable el habitar en la periferia urbana. El asunto hoy tiene tanta vigencia como nula solución: las tierras agrícolas de las provincias perecen bajo condominios estériles y, para los más necesitados, significan una vivienda social que entrega poco más que una mala ubicación.

Por el contrario, los huertos organizaron comunidades con envidiable cohesión social que, con tesón, hicieron prosperar sus barrios. Un modelo ideal que construyó un modo de vida real y perdurable.

Fuente: EconomiayNegocios

Pía Montealegre Arquitecta
Arasdesuelo
El Mercurio