Vida comunitaria: un antídoto contra la crisis

Más huertos, trueque, pollas solidarias, producción local y cooperativas de abastecimiento son algunas de las iniciativas que van al auge en Chile desde la revuelta social y que se han multiplicado como respuesta a la crisis por coronavirus. Apuestan a reemplazar el consumo exacerbado por uno a menor escala y que este ímpetu perdure aun después de la pandemia, instalando así un nuevo estilo de vida más colectivo y ecológico.

Tres autos, seis patios y mucha organización. Con eso, en un mes, el comité de allegados y allegadas de Huechuraba logró formar una red de huertos comunitarios, organizó la compra y reparto de canastas de víveres a domicilio, realizó un catastro de antecedentes de salud a 120 familias del territorio y puso a disposición un equipo médico como apoyo a las labores del Cesfam del lugar. Una matriz de soporte colectivo que ayuda a las personas que conforman parte del sector oriente de la comuna, constituido por las poblaciones La Pincoya, El Barrero, El Bosque 1, El Bosque 2 y Villa Conchalí.

Lo primero en activarse fue la red de abastecimiento, a fines de febrero, como respuesta a las consecuencias económicas y al cierre de almacenes locales producto del estallido social. Con la llegada del Covid-19, la red ha ayudado a evitar que los vecinos y vecinas se expongan a focos de contagio y es una forma de abaratar costos en un momento económico complicado.

Cada una de las más de 30 familias de la red aporta 10 mil o 20 mil pesos a la semana, dependiendo de la canasta de víveres que quiera. Los valores consideran un excedente para costear las canastas de las familias que no pueden pagar el monto completo, pero sí apoyar en el proceso de organización.

La más básica incluye un kilo de lentejas, un kilo de porotos, un litro de aceite, un kilo de arroz, tres salsas de tomate, cuatro paquetes de tallarines, un kilo de harina y un tarro de jurel. La otra suma más abarrotes, productos de limpieza y verduras. Para que la mercadería llegue a cada hogar, un grupo de voluntarios y voluntarias se reparte las tareas de cotización, compra, acopio y reparto.

“Nuestro objetivo es que esto sea una alternativa real para las personas que compongan la red, para abaratar costos y comprar a precio justo la mercadería necesaria, y que esta sea lo más nutritiva posible. Queremos que más adelante esto se convierta en una posibilidad de trabajo remunerado para las personas que trabajan en la red, porque el año pasado el 30% de la población del sector estaba cesante. Pero no es solo una organización de carácter utilitario, hay varias cuestiones subjetivas que están en juego: la confianza, compartir la alimentación, ser parte de algo colectivo”, explica Ricardo Carter, habitante de El Bosque 1 e integrante del equipo organizativo de la red.

El comité también tomó cartas en lo que respecta a la salud. Con asesoría de un sociólogo, realizaron un catastro de datos familiares y antecedentes de enfermedades. Y esa información, un equipo de estudiantes, trabajadoras y trabajadores de la salud, además de tres autos, es lo que ofrecieron para apoyar el trabajo del Cesfam de El Barrero, que actualmente no está dando abasto para repartir medicamentos y hacer visitas médicas a la población de la tercera edad del sector.

La tercera parte de la matriz es una red de huertos comunitarios, con los que esperan abastecerse de hortalizas. Para esto, hasta el momento cuentan con seis familias que han puesto sus patios a disposición para comenzar la siembra, cuyo cultivo será compartido entre todas las personas que forman la red.

Aunque el comité de allegados existe desde 2017, nunca antes había tenido este nivel de participación y utilidad. “Antes lo habíamos intentado, pero nunca había resultado tener esta fuerza. Ahora la gente empezó a confiar más en la organización, se estrecharon vínculos entre los vecinos y, gracias a eso, hemos podido desarrollar este trabajo. Iniciativas como esta se están replicando en casi todo Santiago, mayormente en comunas periféricas, donde antiguamente había experiencias de este tipo. El desafío es mantenerlo en el tiempo para que se transforme en una alternativa real de abastecimiento, soberanía alimentaria y fuente laboral. Para eso, es fundamental la solidaridad, el apoyo mutuo, la voluntad y la disciplina”, dice Ricardo Carter.

Una alternativa a los supermercados

La iniciativa del comité de Huechuraba es nueva, pero en Chile existen organizaciones que llevan años funcionando con dinámicas de abastecimiento similares, como La Manzana (2010), Juntos compremos (2011), La Kanasta (2016) y La Minga (2018). Aunque funcionan de distintas maneras, se basan en objetivos similares: cambiar los supermercados por una red de vínculos solidarios que permita acceder a alimentos nutritivos, idealmente de producción local y sustentable, a menor costo.

“Surgimos como un nuevo sistema económico social y como una nueva forma de comprar que no sean los supermercados. Con todo lo que ha pasado ha habido un cambio de mentalidad, ha aumentado la búsqueda de este tipo de organizaciones comunitarias, que además son más justas. Durante la cuarentena mucha gente va a ir despertando su conciencia hacia una más generosa, de cuidar el planeta”, dice Bárbara Canovas, una de las administradoras del almacén que la cooperativa Juntos Compremos abrió hace tres años para quienes quieran acceder directamente a los productos que ofrecen.

Fue al pasar por afuera de la tienda que Homero Matus, el socio más reciente de Juntos Compremos, supo de la existencia de la cooperativa y decidió integrarse. “Me pareció fascinante este modelo. Además, vi que podía aportar un granito de arena desde mis conocimientos. Trabajar por algo que va más allá de la retribución económica es muy gratificante”, cuenta.

Al momento de leer los estatutos, supo que uno de los requisitos de la cooperativa es que cada socio o socia aporte con horas de trabajo para echar a andar la organización. Como ingeniero en informática, está en proceso de inaugurar un nuevo sistema operativo para facilitar labores administrativas y financieras a través de la página web de Juntos Compremos. “La cooperativa funciona en base al trabajo voluntario y colaborativo. Es un cambio de paradigma frente a un sistema que se basa en la competencia. El trato humano es muy amoroso. Hay una empatía natural por el otro; están todos vibrando en la misma frecuencia. Esto se basa en entender que nos debemos al resto y que en la medida en que nos acompañemos, va a ser bueno para todos. Eso se vive en cada reunión, en cada conversación”, dice Homero Matus.

Muchas cooperativas de distintos rubros, comunidades y redes de abastecimiento de diversas partes del país se conocen entre sí y suelen sostener reuniones. Además, ofrecen charlas abiertas a la comunidad para contar sus experiencias y ayudar a que se formen más de estas instancias. Sin ir más lejos, el pasado viernes 17 de abril tres cooperativas de abastecimiento expusieron sus principios y formas de trabajo en una conferencia online en la que participaron casi 80 personas.

Integrantes de distintas cooperativas coinciden en que desde el año pasado se están formando cada vez más organizaciones de este tipo y que en sus propias organizaciones ha aumentado considerablemente el nivel de participación. Primero hubo un boom durante la revuelta social, que empezó en octubre del año pasado. Por las consecuencias que tuvo a nivel de transporte, acceso a víveres e impacto económico, además de la consciencia colectiva que desencadenó, las personas se empezaron a organizar con sus familias, amigos o vecinos para apoyarse y resolver cuestiones cotidianas de forma colectiva. Así nacieron o se fortalecieron emprendimientos de producción de alimentos a pequeña escala, redes de abastecimiento local, trueque de insumos y otras iniciativas por el estilo, algunas informales y otras dentro del marco jurídico. Con la llegada del coronavirus, el fenómeno se multiplicó. Por ejemplo, antes de la revuelta de octubre La Kanasta abastecía a 90 familias de distintas comunas de Santiago. Este mes ha llegado a 145, según consigna la Radio comunitaria Villa Olímpica.

Andreas Aron es optimista. Hace menos de un año lanzó la asociación de consumo responsable La Cucha Puerto Varas, con el objetivo de agruparse con otras personas para comprar a pequeños productores de la zona alimentos de todo tipo. La idea es apoyar la producción local, acceder a alimentos de calidad y generar una red sustentable, al acortar el circuito entre producción y consumo. “Este tipo de iniciativas están creciendo de forma orgánica y no van a dejar de crecer después del virus. Lo que está pasando es un punto de quiebre. Hay cada vez más conciencia, preocupación por la salud propia y del planeta”, dice.

Todas las semanas, los y las socias de la agrupación anotan sus encargos en una planilla. Eligen entre una variedad de cerca de 400 productos: frutas, verduras, legumbres, aceite, encurtidos, huevos, lácteos. Todos son de pequeños productores y el 90% se producen en la misma región de Los Lagos. Andreas suma todos los pedidos y hace un gran encargo que, tras un par de días, las personas van a buscar a un punto de acopio. Antes del coronavirus recibía 50 encargos semanales. Hace unas semanas ese número subió a 400. Antes eran cerca de 130 socios, ahora son más de 300.

“Nuestra apuesta es que la gente se enamore de estos productos. Que pruebe estas zanahorias orgánicas, sienta el sabor natural y después no quiera comer otras. Nuestros precios son competitivos: los productos que tenemos, además de ser de mejor calidad y producirse y distribuirse de manera sustentable, son más baratos que los de los supermercados”, explica Aron. La asociación de consumidores está en proceso de pasar a convertirse en una asociación de abastecimiento sin fines de lucro, en la que todos los productores, intermediarios y consumidores son socios y socias y aseguran un intercambio justo.

Economía solidaria

La contingencia, sin duda, ha pegado fuerte en la economía. El Fondo Monetario Internacional (FMI) anticipa una tasa de desempleo del 9,7% para este año en Chile. Muchas personas ya han sido desvinculadas o han visto disminuido su sueldo. Muchas otras trabajan de forma independiente, sin contrato, o están dentro del trabajo informal, que aglutina a casi el 30% del empleo en Chile (INE, 2020), sector donde se encuentran repartidores de comida y vendedores ambulantes, que no cuentan con ninguna protección laboral. Para hacer frente al impacto económico, han surgido una serie de iniciativas de apoyo solidario.

Un colectivo de más de veinte mujeres de distintas comunas de la provincia de San Antonio, organizadas en un grupo de WhatsApp, idearon una polla en la que cada semana las participantes aportan $1.500 y el monto reunido es entregado a una de las integrantes. Aunque el orden de las beneficiarias es al azar, si alguna tiene más urgencia en acceder al dinero, lo plantea al grupo y se le da prioridad.

“La polla nació en un colectivo feminista de mujeres de la zona como una forma de apañarnos económicamente en un momento de mucha incertidumbre. No saber qué va a pasar nos obliga a tomar medidas. Acá no hay mucha fuente de trabajo y la mayoría de las personas somos independientes, artistas, emprendedoras, además de que muchas son madres solteras”, dice Bárbara Salinas, habitante de El Quisco.

Además de participar en la polla, Bárbara forma parte de otras dos iniciativas que van en esta línea. Una de ellas es una red de mujeres que ha hecho una lista con sus nombres, oficios y los servicios que ofrecen, a cambio de dinero o trueque. La otra es un grupo de personas que cada semana donan un alimento para armar una canasta con productos como arroz, mermelada y legumbres, que es entregada de forma semanal a los y las integrantes.

Algo similar se ha hecho en distintas partes del país y el mundo con campañas solidarias de donación de alimentos a colectivos más vulnerables y empobrecidos, como migrantes y trabajadoras sexuales. En Estados Unidos un grupo de 200 ciclistas llamado Corona Courier se organizó para repartir alimentos y medicinas a hogares vulnerables. En Francia, hay grupos de personas que se ofrecen para distribuir alimentos a quienes más lo necesitan en sus mismos barrios. En España, la Red de Cuidados Antirracistas de Barcelona ha distribuido alimentos entre familias migrantes, lo que ha generado una polémica, porque en dos ocasiones las y los voluntarios han sido detenidos por la Guardia Urbana y arriesgan multas de cerca de 60 mil pesos por su labor.

“Estamos viviendo una situación compleja y eso sin duda nos lleva a sentir empatía: así como yo estoy complicada, puede estarlo mi vecina. Y a partir de esta reflexión se generan redes para colaborarnos”, opina Bárbara Salinas. Cuenta que en su comuna se están haciendo muchas actividades que van de la mano con la búsqueda de una vida más austera y autosustentable: cultivo de la tierra, venta de almácigos, compostaje, intercambios de distintos productos. “La gente está cambiando la forma de adquirir lo que necesita, está apoyando el comercio local y está dejando de consumir las cosas que no son necesarias. Estamos aprendiendo a producir menos basura y a la vez generar lo nuestro para cubrir nuestras necesidades. Para mí, es la rebelión contra un sistema capitalista que atenta contra la vida”, dice.

También ha reaparecido la antigua práctica del trueque. Hay grupos de Facebook donde las personas publican los insumos que buscan o que ofrecen: membrillos, higos, tabaco, pan casero. Incluso hay quienes lo hacen de forma gratuita. Uno de estos grupos, que opera en Santiago, ha sumado casi 5 mil nuevos seguidores solo en el último mes.

Si hay alguien que sabe de trueque es Millaray Painemal, magíster en Ciencias Sociales de la FLACSO, socia fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri) y coordinadora de la Red de Mujeres Mapuche Trawun pu zomo de Cholchol. Como parte de esta última instancia, coordina tres trafkintu al año: encuentros tradicionales mapuche de intercambio de semillas, alimentos, tejidos, medicinas y otros productos hechos a mano. Previo al trueque, se hace un foro para conversar sobre la importancia de mantener estas prácticas.

“Tratamos de generar conciencia y de difundir esto en el mundo urbano. Los pueblos originarios podemos aportar a generar esa conciencia, primero que todo con el tejido social, la comunidad, y también de respeto a la madre tierra, a los árboles, las plantas, los animales pequeños”, dice Millaray Painemal. Y añade: “Ojalá retomemos con más fuerza estas prácticas de compartir, que sea una enseñanza que quede de esta pandemia y la gente después no se olvide, porque forma parte del ser humano ser un ser social y no individual”.

Fuente: Paula.cl